sábado, 23 de enero de 2010

Ver para creer

Que vivimos en una sociedad superficial es algo obvio, a nadie se le escapa que al conocer a una persona su imagen física va a determinar, en el acto, si va a congeniar o no con esa persona en el futuro. A veces se trata de su belleza (los rasgos, el pelo, el color de sus ojos o su mirada), y en otras ocasiones simplemente es por su forma de vestir, pero prácticamente siempre antes de que esa persona tenga la oportunidad de decir una palabra, ya está juzgada y sentenciada.

Cuando la persona se dispone a hablar y con ello confirma nuestra primera impresión, ya no hay vuelta atrás; podrás ser la mejor persona del mundo pero jamás tendrás la oportunidad de demostrarlo. Si por el contrario sorprendes con tu voz, tus comentarios o una conversación interesante, las personas que no se fijan únicamente en el aspecto físico (no sólo sexualmente hablando) te aceptarán en su grupo.

Dicho esto, me pregunto lo siguiente: ¿Qué ocurre con una persona que es maleducada, falta al respeto a los demás, su voz es irritante y sus temas de conversación son la crítica ajena y la vida de los demás, y encima no sólo es respulsiva a la vista (por su físico, la manera de envolverlo y sus gestos) sino que no tiene nada, absolutamente nada bueno?

Pues muy sencillo; si tropieza con el 99% de la población, pasará desapercibida y tratará de cambiar o vivirá una vida triste y solitaria, pero si se encuentra con el escaso 1% de la población que comparte ‘valores’ con ella, apaga y vámonos, porque si eso ocurre en un grupo pequeño de personas y tú eres el educado, el problema siempre lo vas a tener tú, y serás el que comparta la vida triste y solitaria durante esas horas.

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